Simplemente por el gusto de escribir y cuestionar al blanco.
Me prestaron una hoja amplia para pintar, me dieron pinceles, plumas, pinturas, pasteles, acuarelas, crayolas; todo cabía en mi amplio restirador que me hace sentir como toda una profesional.
Pero ¿qué voy a pintar? El mundo tiene una gran gama de colores, formas, texturas e inimaginables contornos imposibles de plasmar; la imaginación siempre me viene de forma espontánea ¿quien dijo que era fácil plasmar los pensamientos? ¿y los sueños? más complicado aún: los sentimientos.
Entonces te pones a pensar cómo sentir, cómo pasar el pulso completamente a tus dedos, dejar vacío el corazón, rellenar la cabeza de negro para que toda la magia del vivir se concentren en un espacio vacío a punto de dar la luz... al color.
¿De qué color pintarías el fondo de tu vida? ¿cómo le darías forma al rostro con el que sueñas? ¿y al sobresalto de tu cuerpo cuando te toca el agua? ¿se podrá colorear la sonrisa de tu mejor amigo? ¿existirá silueta para el abrazo de la familia?
Etc. etc.
Bla bla bla.
Tengo preguntas para cada respuesta que me da el papel, de repente se puede ver que ya me falta sólo enmarcar mi cuadro. ¡¡¡Increíble!!!
Colgando el tan abstracto cuadro en mi habitación, la noche toca el piso del departamento, turbio, siempre termina turbio.
El amanecer se llevó mi pintura, ahora de nuevo a sentarme frente al restirador con mis montones de cuestiones...
Esto no es una pintura, es la vida, es la que te cuelgas cada noche y la que vas creando cada día, es a la que le haces las preguntas cuando tú formas las respuestas. Tal vez suene a disco de César Lozano, pero de vez en cuando a mi blanco turbio le hace bien dejar de ser sólo una realidad que se quiere convertir en utopía.
María Fernanda Méndez Aguayo